Ternurita
...dedicado a la Magaza!
De pronto, apareciste ahí en le ventanita emergente que el Mensagero despliega cada vez que alguien se conecta. Abrí la ventana de conversación, esperando impaciente cual niño a que me saludaras, pues como es cortesía el recién llegado acostumbra saludar a los que ya estaban antes, los modales se han importado también a esta red. Pero nada, mejor minimicé tu ventana. Traté de distraerme en otros asuntos, redactar un posto, charlar con una bloguera, bajar imágenes, poner atención a la música, corregir la plantilla del blog. De vez en vez, me descubrí restaurando tu ventana, leyendo tu enigmático nick una y otra vez como invocando tu atención, mi corazón latía excitado, mis manos sudaban granizo. ¡Qué estoy haciendo! Regresaba a mis labores distractoras. Ya entrada un poco la madrugada, me pareció mejor saludar, no fueses a pensar que no quería hablarte, más no hubo saludo de vuelta. Quizá esté dormida, o cenando, o por allí lejos del teclado, no interesa. Mi corazón se detuvo; lo detuve a la fuerza. ¡Hola, hola! me saludaste por fin. Te leí muy emocionada por encontrarme, pero con el corazón apretujado entre los dientes fingí somera tranquilidad. La charla fue ligeramente intrascendente, me enteré que estabas bien, y además te había ido bien, esto era lo importante. Luego largos silencios, problemas de conexión ¿de qué hablar? Ire a dormir, sentenciaste. Mi corazón despotricó, no latía, zumbaba, el aliento se me iba, las manos heladas. ¿Por qué? Obvio hasta para el más miope de los cíclopes. Anhelaba me comentaras algo sobre vernos próximamente, más ahora que te sobra tiempo, y me falta vida. Saludas a todos, te cuidas, te... bla bla bla... tú también te cuidas muchísimo, duerme bien. Te fuiste, pero la emoción latente bajo mi pecho sólo se incrementó, me arrebató un tornado de júbilo y desasosiego. ¡Sorprendente! Es lindo saber que aun puedes causarme toda esta inigualable conmoción con el simple color de tus palabras u omisiones.
Espero aún leas mi blog.



Lo recuerdo medianamente, antes de olvidarlo por completo lo escribo. Quizá no lo recuerdes, la primera vez que te conocí fue un día en que se rompió tu tacón (obvio, ya lo decía el título), pasaste de puntillas frente a mi banca, te veías espectacular (como es tu costumbre), y como era mi costumbre pensé: ¡pero qué mujer tan buena está! (mi ortografía ya eran pésima desde entonces). Te sentaste junto a un chico (que posteriormente sería mi amigo), y le contaste tu odisea. Según escuché (y es que el chisme siempre se antoja) venías a la escuela con unas zapatillas de tacón alto, y justo al tratar de atravesar la última calle que te separaba del gris edificio que metes la pata en una coladera y (¡madres!) que se rompe tu tacón; ¿cómo andar por la vida rengueando a causa de la falta de un tacón? ¡Nada! Te regresaste hasta tu casa (y eso que no vivías cerca), nomás pa' cambiarte los zapatos. Y claro, regresaste a la escuela ya muy tarde, y entraste también tarde a la clase, por eso pasaste de puntillas frente a mí.


¡Pues me aguanto, pero tú también! Que mira que el periódico dice que precisamente hoy es el Día Mundial de No Fumar, y para contrariarlo hay que... ¡Fumar! Y tú, mi querido compañero de aventuras... eres un cancrillo con cabeza de filtro, que bien podría yo encender nomás pa' chingar el Día de hoy. ¿No te parece?






























