Buen Ruben
Ruben -con acento en la e, aunque nunca se lo pone- no lo comprendía bien, ciertamente era sencillo, para nada complicado. Solo tenía que preguntar. ¿Tienes planes para mañana? Después de todo ella no es esquiva, contestaría la puritita verdad, así ha sido siempre, siempre sincera. ¿Qué podía ser lo peor? Sí, de hecho dejame contarte que hay una personita muy especial a la que debo ver mañana, porque se me cuecen las habas por estar entre sus brazos, por que rozar mis labios con los suyos. ¡No-o-o! De cualquier forma ese no es su estilo, a la par de su sinceridad está su amabilidad, nunca olvidaría usar guante blanco para las bofetadas. ¡Ah, mañana, mañana voy a ver a Fulanito! Sí, eso era más probable. Fulanito era un excelente amigo suyo, y hace tiempo que no lo ve, pensó Ruben. Siempre se supo abajo de sus amigos, los amigos son más importantes depués de todo. Pero esto no le preocupaba, le reconfortaba sentir que tenía una importancia sui generis muy aparte de ser un simple amigo, era algo más, más cursi, por qué no decirlo: se sentía especial para ella. Pero ahora era simplemente otro más dentro del saco de los amigos, con una historia singular, pero ¿qué amigo no tiene una historia singular? Eramos muy íntimos, intentaba convencerse Ruben, ahora que soy un amigos más cuando menos debería ser el primero de ellos, cuando menos por un tiempo, ¿qué, no? Un privilegio merecido, ganado a pulso: Ruben debería ser su mejor amigo. Pero no Ruben, le susurraba una molesta vocesita, los mejores amigos no andan tras los carnosos huesitos de sus mejores amigos -bueno, no en todos los casos, concluía la razón. Pero no era ese el caso, ya había pasado su tiempo, lo que sucedió entre ambos ya había expirado, caducado, si se le come a destiempo puede causar severos males gastricos. Con todo, ¡que importa ser el mejor o uno más!, expresó completamente convencido, ¡aun me quedan privilegios! ¡la historia me otorga privilegios! (o al menos condescendencias) ¡ya está! Es que mañana -le diría con dulzura- pasan una pelicula en el cinematografo que seguro te gustará, ¿No quieres acompañarme (y dejar plantado a Fulanito)? Está bien, que nadie lea el paréntesis.
¡Detente Ruben! ¿Qué pasa? Pues qué va a pasar, ¡que ella no te ha respondido! ¿Y eso? ¡Porque ni siquiera has preguntado imbécil! ¡Y cómo voy a preguntar si aun queda una posibilidad que contemplar! No. Así a secas, No. Okey Ruben, si te dijera que no tiene planes, sería momento de preguntar: ¿Quieres ir mañana al cinematografo?
En aquel cinematografo ambos pasaron excelentes momentos, ¿cuántas veces acurrucaste tu cabeza en su cuello? ¿Cuántas veces le provocaste mordisquenadole los dedos? ¿Cuántas veces le besate la mejilla, sólo para no distraer demasiado su atención de la proyección? ¿Cuántas veces dejaste de mirar la pantalla para admirar su perfil sutilmente delineado en aquella penumbra? Nunca soltaba su mano. ¡Pinche Ruben cursilón! Si vamos juntos al cinematógrafo, reflexionaba Ruben, me voy a poner nostalgico, reviviré viejos fantasmas al calor de su presencia, montaré maltrechas alucinaciones de lo que podría haber sido, o podría volver a ser. Descartado el cinematógrafo. Podríamos ir a un museo, no, sucedería lo mismo. ¿A un parque, a un café, a un lugar nuevo? Solamente se engañaba, no había solución, no al menos que la incluyera a ella, el lugar era lo de menos, fuese a donde fuese, mientras fuera con ella, surgirían los fantasmas, las tripas se le retorcerian intentando aplacar el deseo, el sudor brotaría de sus manos implacablemente, y las palabras se arremolinarían en su grueso cogote hasta asfixiarlo. Si bien le faltaba el aire desde que ella había partido, morir ahogado en la pena de no resignarse, de no querer comprender que todo había acabado hace meses, era aun más lastimero que lo primero.
¡Callate! ¡Ya! ¡No agregues nada, narrador de mierda! -vociferó Ruben- ¡No más! ¡Ves! Ves cómo sí es complicado y nada fácil invitarla a salir después de todo.
¡Chigá, chingá!, en tono enfadado gruñe el narrador, ¡Cuando menos llamala! ¿no?
