martes, diciembre 19

Wakara!


Desde ayer en la madrugada tenía ganas de vomitar, de wakarear como se dice vulgarmente, cosa de darle demasiadas vueltas al mismo asunto, que de cualquier forma terminará en fatalidad.

Como sea, hoy amanecí también con ganas de wakarear, y usted me dirá ¿a qué tanto wakareo? Fíjese pues, que no le voy a explicar, quizá solo apunte, a pie de pagina, que no soy bulimico ni mucho menos.

Luego de encender un cigarrillo, pues sólo el humo no corría el riesgo de ser arrojado inmediatamente despues entrar por mi boca, llegué a la singular conclusión de que wakarear es bueno. [Esto sonó muy bulimico, verda'?]

Dejeme explicar, no me refiero al hecho mismo, que en sí es ciertamente disgustante, sino al instante siguiente a la excresión de la wakara, ese pequeño momento de alivio, de satisfacción, que no sólo es propio del wakareo, sino también de cualquiera de nuestras chabacanas excresiones, como el sudor, los mocos, la incomoda cerilla, el sutil semen, y como olvidar al par de excresiones por exelencia: La Señora Caca y La Señora Orina. ¿Cuánto gozo nos han producido hasta ahora la excresión de estas sustancias últimamente venidas a menos?


¡No esperemos más!
¡A excretar!



Aunque sea unos floridos pedos, ¿qué no?

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